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El Reloj que Paró el Tiempo, Cuento

Cuentos infantiles, Cuentilandia

El Reloj que Paró el Tiempo


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un niño llamado Simón que tenía una curiosidad insaciable por el mundo. Siempre estaba haciendo preguntas y buscando nuevas formas de aprender. Sin embargo, sentía que el tiempo nunca era suficiente para hacer todo lo que quería. Entre la escuela, las tareas y las actividades cotidianas, siempre sentía que las horas se escapaban de sus manos.


Un día, mientras exploraba el desván polvoriento de su abuelo, Simón encontró algo que nunca había visto antes: un reloj antiguo, con una esfera dorada y delicados engranajes visibles a través de su cristal. Era tan hermoso como misterioso. Intrigado, lo levantó con cuidado, y al instante, el reloj emitió un suave tic, seguido de un sonido mucho más fuerte: ¡Pum!


Simón se sobresaltó y observó a su alrededor, pero algo extraño ocurrió. Todo estaba en silencio absoluto. Miró por la ventana y vio que las hojas de los árboles, normalmente movidas por el viento, estaban completamente quietas. El reloj había detenido el tiempo.


Al principio, Simón se sintió confundido. Caminó fuera de la casa y vio a los animales inmóviles en sus caminos, las aves suspendidas en el aire, como si todos estuvieran congelados en una escena eterna. "¿Qué está pasando?" se preguntó, pero pronto comprendió que tenía el poder de explorar el mundo sin límites, sin preocuparse por el paso del tiempo.


Se dedicó a correr por los campos, saltando de alegría, sintiendo el aire en su rostro, sin la necesidad de mirar el reloj. Sin las prisas del día a día, Simón encontró un sinfín de maravillas que nunca había notado antes. Observó una pequeña flor que se abría, una caracola que, por alguna razón, parecía más brillante que nunca, y escuchó el susurro de una brisa que no se movía, pero aún así lo envolvía de una manera mágica.


Cuentos infantiles, Cuentilandia

Simón se sentó en la cima de una colina, mirando el sol que parecía no moverse, y empezó a pensar en todo lo que había estado perdiendo al correr contra el reloj. Se dio cuenta de que siempre había tratado de apresurarse, siempre pensaba que el tiempo nunca era suficiente. Pero ahora, con tiempo ilimitado, se dio cuenta de que todo tenía su momento, y que la belleza de la vida estaba en disfrutar de cada instante, sin apuros ni preocupaciones.


Mientras exploraba el pueblo, se encontró con su madre, que estaba parada en la puerta de su casa, inmóvil. "¡Mamá!", exclamó, pero ella no respondió. Simón se detuvo, mirando a su madre como si estuviera atrapada en una pintura. Fue entonces cuando entendió algo importante: aunque el tiempo estuviera detenido para él, las personas que amaba también necesitaban el tiempo para vivir.


Simón decidió que debía devolver el reloj a su lugar. Caminó de vuelta al desván y, con una sonrisa en el rostro, colocó el reloj en su antiguo pedestal. Justo en ese momento, el tic del reloj sonó nuevamente, y el mundo comenzó a moverse otra vez. Las hojas volvieron a bailar con el viento, los pájaros retomaron su vuelo, y la vida siguió su curso.


Simón aprendió una valiosa lección: el tiempo es un regalo precioso, y aunque a veces parece que nunca es suficiente, lo más importante es cómo lo aprovechamos. A partir de ese día, se dedicó a valorar cada segundo, disfrutando de cada momento con las personas que amaba y sin apresurarse, porque comprendió que el verdadero secreto de la vida no está en tener tiempo ilimitado, sino en saber disfrutar de cada instante que se nos da.


Y así, cada vez que miraba el reloj, Simón sonreía, recordando la aventura que vivió en un día donde el tiempo se detuvo, y cómo, gracias a eso, descubrió lo que realmente importa.


Fin.


By: Edgardo Delgado 


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